Es una continuación de ANGELITA ANDRADA ( I)
LA OCUPACIÓN ALEMANA:
Una noche de 1941 oye mucho ruido en la calle del pueblo donde vive, pero es en la mañana, cuando al salir de su casa para ir a la escuela, que ve los tanques y tropas alemanas a su puerta.
De nuevo otra guerra trunca sus planes y la deja sin colegio.
Tiene dos recuerdos sonoros que la acompañan toda su vida: uno es el traqueteo de los trenes que la separaron de su padre y de su país y otro el de las botas de los soldados alemanes desfilando por las calles del pueblo francés. Son sonidos imborrables de su memoria que ya jamás la abandonarán.
Una tarde está con sus amigas y amigos en el bar cercano a su casa, al que llega un batallón de soldados borrachos disparando sus armas, una de cuyas balas está a punto de atravesar la cabeza de su madre. Les piden la documentación haciendo que se pongan en fila. En el grupo hay un chico de origen judío que ayudan a pasar desapercibido y desaparecer sin ser identificado. No ocurre lo mismo con la hermana de este, Raquel, que es detenida días más tarde y llevada a un campo de concentración nazi, donde es sometida a toda clase de torturas y vejaciones, que le han llevado a desarrollar una fobia social postraumática que ha marcado toda su vida, le cuenta a Angelita cuando se encuentran años más tarde.
En otra ocasión estaban ensayando una pequeña obra de teatro y sin darse cuenta superaron la hora del toque de queda. No obstante deciden salir a escondidas para regresar a sus domicilios, pero a lo lejos ven avanzar un batallón de soldados. Lo más apropiado que tienen para esconderse son dos medios toneles que escoltan las puertas del taller del tonelero del pueblo. Ayudándose entre sí se reparten debajo de ellos. Los latidos de su corazón se mezclan con el ritmo de las botas de los soldados y no sabe cuál era más fuerte.
Además de ser ocupado el colegio, al alumnado le fue prohibido cantar el himno francés, La Marseillaise, e izar la bandera como hacían todas las mañanas. Una vez más el ingenio juvenil entra en acción y pintan tres caracoles, uno con cada color de la bandera, haciendo que asciendan por el mástil, imaginándosela una vez los tres van subiendo, aunque no siempre sea en el orden correcto.
El inicio de la liberación de Francia por las tropas aliadas, supone un día de gran alegría en el vecindario y sonar de claxon y, sobre todo poder continuar su vida escolar, truncada ya dos veces, y su actividad deportiva con el equipo de baloncesto, que serán campeonas de Midi-Pyrénées tres años consecutivos, o la práctica del esquí.
LA JOVEN MAQUIS:
Me explica que, sin saberlo, fue joven colaboradora del maquis francés. Ella recogía leche en una granja, leche destinada a una familia más pobre que ella, dice entre risas irónicas. Al manillar de la bicicleta le retiraban el caucho protector y dentro del tubo colocaban un papel que en la granja era retirado y cambiado por otro. Ella nunca supo qué era todo eso, pero le dijeron que era algo muy importante que nadie debía de saber, y así fue, supo guardar aquel secreto durante muchos años.
LA NOTICIA:
Desde 1941 no tiene noticias de su padre, hasta que en el año 1945 reciben la visita de un miembro de los Antiguos Combatientes de París, que les facilita un comunicado informando que su padre ha sido asesinado en el Campo de Exterminio de Gusen. Años más tarde averigua que desde el Campo de Bernet es trasladado a una compañía de trabajo en Estrasburgo y después a Suiza, y desde aquí en camiones, durante la noche, creyendo que los devuelven a Francia, son llevados a Mauthausen, donde finalmente Manuel Andrada Rey, es muerto en Gusen, distante siete kilómetros del anterior.
EL REGRESO:
Madre e hija continúan cinco años más en Francia después de conocer el terrible destino del padre y marido. Pero Mª Jesús añora enormemente España, donde ha quedado su hijo mayor, el hermano de Angelita, que al inicio de la Guerra Civil Española realizaba sus estudios en Cáceres y, ya que no queda nadie que las una a la región pirenaica, regresan al país de origen un 4 de febrero de 1950, exactamente en la misma fecha que once años antes iniciaban la partida urgente hacia el exilio.
Recuerda Angelita la despedida de su vecindario, en la estación ferroviaria de Saverdun y la canción de despedida de sus amigas y amigos corriendo por el andén al lado del tren, con especial dolor.
Y recuerda también el puesto fronterizo de entrada a España, donde son sometidas a un riguroso interrogatorio por un miembro de la Guardia Civil, calzado con una bota militar en un pie y en el otro una zapatilla casera, que corta pan y tocino con parsimonia y que al terminar las viandas, la misma navaja le sirve para limpiarse las uñas, ante la mirada incrédula de la joven a punto de hacer un comentario, atajado por el oportuno codazo de su madre que la conoce bien.
Llegan a La Seu D´Urgell tratando de recuperar las pertenencias que allí habían dejado bajo responsabilidad de una vecina, que niega conocerlas cuando llaman a su puerta, pero en cuya casa Angelita divisa un reloj de sobremesa que les había pertenecido.
Así pues, partiendo de cero nuevamente, se trasladan a Cáceres donde viven apenas tres meses, hasta el fallecimiento de su abuela y, que reclamadas por su hermano, emprenden viaje a Oviedo, ciudad en la que se establecen definitivamente.
Trabaja como peluquera y profesora de academia de peluquería durante varias décadas, profesión que había iniciado en Francia, con los padres de su amiga Mimí como enseñantes.
Desde Asturias emprende varios viajes por la Europa nazi, visitando campos de exterminio y de concentración, en un afán por recuperar la memoria de la historia y la memoria de su padre, cuyos avatares han marcado la vida de Angelita.
Hoy vive tranquila, colaborando con las instituciones y organizaciones que se lo demanden, ofreciendo su conocimiento y sus vivencias a quienes quieran escucharla.
Historia marcada por un continuo hacer y deshacer de equipaje, no siempre comprendida y apoyada, antes bien, silenciada y prohibida por el bando ganador.
Recordamos una ocasión en que acude a la Casa del Pueblo de Oviedo a ofrecer una charla, que con un suspiro profundo exclama: ¡ Aquí puedo respirar tranquila, me siento en casa ¡
La fotografía pertenece a Angelita Andrada que me autoriza su publicación en la fecha 12 de abril de 2011: 186 escalones sin regreso, acceso a la cámara de gas del Campo de Exterminio de Mauthausen. Continúa en ANGELITA ANDRADA (III)