miércoles, 6 de abril de 2011

MI AMIGA MARÍA

Una historia de vida.

Era diciembre de 1984 y mi amiga María miraba el telediario de las nueve, en su casa de Bilbao, acompañada de sus padres y sus dos hijos de 13 y 8 años. Veía a su marido en la tele, manifestándose en Madrid, con su sindicato, UGT-Metal(Sector Naval), en lucha por la defensa de los derechos de los trabajadores de todas las Comunidades donde se planteaba una dura reconversión, que los sindicatos nacionalistas pretendían más ventajosa para Euskadi.

En este mismo instante suena el teléfono preguntando por él: -No está, está de viaje.

-Ya lo sabemos. Vamos a darte este comunicado: Tenéis quince días para abandonar Euskadi, sino tu marido será ejecutado como Enrique Casas. Gora Euskadi askatutá. Somos los Comandos Autónomos Anticapitalistas.

El mundo de María quedó enganchado en una espiral sin fin y sin color.

No podía ser verdad lo que acababa de escuchar. A ella no podía estarle pasando esto. ¿Por qué? ¿Por pertenecer a un sindicato no nacionalista y pretender los mismos derechos para todos los trabajadores?

Informa inmediatamente de lo que acaba de ocurrir y de madrugada llega a casa su marido, rodeado por media docena de compañeros formando un escudo de protección en torno a él.

Las autoridades competentes inician una investigación que confirma la veracidad y fiabilidad de las amenazas, ofreciendo escolta y arma personal al amenazado. En estos momentos aparece el verdadero pánico. Hay que tomar una decisión más drástica, que reflexionan durante las Navidades, fuera de Bilbao.

Ya que la protección ofrecida es únicamente para su marido, considera que el resto de la familia y allegados quedan desprotegidos por lo que urge abandonar la ciudad.

Las posibilidades de acogida son en dos provincias, una de ellas muy alejada de la de origen, por lo que se deciden por otra más cercana, que llamaremos Nueva Tierra, a la que llegan mi amiga María y su marido después de la fiesta de Reyes, siendo recibidos en la estación de autobuses, por compañeros sindicalistas, que les ofrecen una cena, y alojamiento en un céntrico hotel, del que María recuerda el crujir de las maderas del suelo.

El marido de María ha pedido la baja voluntaria en el astillero donde trabaja, por lo que no tiene derecho a la indemnización, que poco más tarde tendrán sus compañeros, conseguida en la lucha reivindicativa que ha obligado a esta familia a abandonar su hogar.

Al día siguiente de su llegada, tomando conciencia de su soledad, buscan vivienda y pocos días después adquieren en propiedad, la que hasta el día de hoy es su casa.

Trasladan a la Nueva Tierra a su hijo menor, que sufre dificultades de adaptación al nuevo medio escolar y social, y más tarde llegan su hijo mayor y sus padres. Aparentemente hay una reagrupación familiar, pero esta nunca podrá llegar a ser completa, porque falta la familia extensa y amistades con quienes María tiene muy buenas relaciones.

Las dificultades laborales del marido de María duran casi dos años. En la Nueva Tierra no hay apoyos para este trabajador a pesar de ser “un problema político” como ella explica. No mendiga un empleo, exige lo que por lucha y derecho cree que le corresponde. Pero en el mejor de los casos, lo que obtiene es el silencio, casi preferible a la frase “yo también tengo sobrinos sin trabajo” dicha por un alto cargo de aquel momento. “Todos estaban al tanto de nuestro problema y nadie hizo nada por ayudarnos”, refiere no desde el rencor sino desde el dolor, ante la insolidaridad que sufrieron, y que no esperaban.

Cinco años más tarde fallece su suegra. Es la primera vez que vuelve a su tierra después del exilio y la tensión crece durante el viaje. A las puertas de la iglesia les esperan familiares y compañeros de la UGT y del PSOE, personas de base, nadie con cargo de responsabilidad, que de forma espontánea los rodean y acompañan al interior y al finalizar el funeral los escoltan de nuevo hasta el coche. Es el segundo escudo humano protector que los compañeros vascos les proporcionan. María lo recuerda con una emoción muy especial. Apenas ha podido estar unas horas en Euskadi.

Cuando le pido que me hable de lo peor que ha vivido en la Nueva Tierra, lo hace sobre varias cuestiones: El desarraigo que ha sufrido toda la familia. Cree que su madre murió de pena, que nunca pudo superar el exilio a que se vio obligada de forma indirecta (María es hija única y sus padres la acompañaron y apoyaron siempre). Las dificultades escolares de su hijo menor también han sido objeto de su preocupación, porque por precaución y seguridad, no podía explicar a sus profesores y profesoras, las verdaderas circunstancias familiares, que con toda seguridad estaban influyendo en ellas. Y finalmente la falta de apoyo laboral que sufrió su esposo, algo inesperado y sorprendente, que aún hoy, después de los años, no alcanza a comprender.

Respecto a su mejor recuerdo, es algo tan sencillo como poder decir “soy socialista” en voz alta, en cualquier lugar, y sin mirar alrededor. Creyó que después de la muerte del dictador Franco, podría hacerlo con libertad, pero más pronto que tarde se dio cuenta que en Euskadi sería imposible.

A ratos María se siente culpable de haber tomado la decisión de abandonar su hogar. Lo que yo pienso es que probablemente María haya salvado la vida de su familia al hacerlo.

Mi amiga María es una gran mujer, fuerte, luchadora, inteligente, extrovertida y divertida, con quien me emociono o me río, cuando escucho trazos de su vida. Así la veo yo.


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