lunes, 3 de mayo de 2010

ROSARIO DE ACUÑA

Fue la primera mujer que habló desde la tribuna del Ateneo de Madrid en 1884 y la segunda mujer del siglo XIX en estrenar en el "Teatro Español".

Fue una mujer preocupada por su condición: ensayista y escritora. Nació en Madrid en el año 1851, en el seno de una familia aristocrática de la que heredará el título de "condesa de Acuña", que no utilizará nunca. Son sus padres Felipe de Acuña y Dolores Villanueva y desciende de la familia del obispo Acuña, impulsor de la rebelión de las Comunidades castellanas en la época de Carlos V.
Con graves problemas en la vista desde su nacimiento (de los cuatro a los dieciséis años estuvo casi ciega), mejoró algo con el tiempo, pero sin llegar nunca a disfrutar de una visión correcta. Tenía, sin embargo, una vigorosa complexión física, a la que sin duda ayudaba la saludable vida en el campo que solía llevar.
En sus primeros años asistió a un colegio de monjas, pero su ceguera le impidió continuar las clases y le facilitó, en cambio, ese gusto por la introspección tan evidente en toda su obra. Comienza a viajar al extranjero, en cuanto sus condiciones físicas se lo permiten, y adquiere una formación desconocida en otras jóvenes de su tiempo.
En 1867, visita la Exposición de París y reside en Italia durante el periodo en que su tío, el historiador Antonio Benavides, es embajador. También viaja durante esos años por Francia y Portugal.
Los primeros trabajos que conocemos, fechados en 1874, son poesías publicadas en la prensa y pronto aparecerá su primer libro, también en verso.
En el año 1876, se produce un acontecimiento memorable: el estreno de su primera obra de teatro, Rienzi el Tribuno (un alegato contra la tiranía, inscrito en la corriente renovadora del teatro historicista romántico), en Madrid y en el Teatro del Circo, para lo que contó con el apoyo familiar.
En 1882, empieza a hacer públicas sus ideas en una revista específicamente femenina, El Correo de la Moda, la revista de más larga duración del pasado siglo y en la que colaboraban los principales autores de la época.
El fallecimiento de su padre a los 55 años, en 1883, supuso un duro golpe del que tarda en recuperarse y que la obliga a suspender sus trabajos durante una larga temporada. En adelante, su padre aparecerá siempre como el destinatario de sus principales obras.
El año 1884 es importante para todas las mujeres españolas porque, por primera vez, en un hecho sin precedentes, una de ellas, Rosario de Acuña ocupará la cátedra del Ateneo de Madrid para ofrecer una velada poética de gran resonancia en los ambientes literarios.
A comienzos de 1885, se adhiere públicamente a la causa de los librepensadores y colabora en Las dominicales del Libre Pensamiento. Empieza una etapa en su vida en la que la sociedad reconocerá en ella su talento, pero desaprobará lo que consideran un extravío en una mujer que se permite publicar a los cuatro vientos lo que piensa, a pesar de ir contracorriente de las modas y del pensamiento conservador dominante.
En marzo de 1888, pronuncia dos conferencias en el Fomento de las Artes, sobre "Los convencionalismos" y "Las consecuencias de la degeneración femenina", que tratan sobre la condición de la mujer. Su preocupación por la "regeneración" de la nación española, que sólo es posible mediante el protagonismo creciente de la juventud, es otra constante de estos años.
Viaja a caballo para no perder el contacto con los campesinos y obreros de los lugares más recónditos. Lleva también a la práctica lo que aconseja en sus libros, y se pone al frente, durante una temporada, de una granja avícola experimental que tiene en Cueto (Santander), cerca del lugar donde reside su madre.
En 1909, recuerda una antigua invitación de los directivos del Ateneo-Casino Obrero de Gijón, realiza gestiones y se organiza para vivir los últimos años de su vida en un lugar apacible y frente al mar Cantábrico. Es así como decide asentarse en la Villa de Gijón. Colabora, sin cobrar nunca, en periódicos americanos y las Hojas Libres que editaba Bonafoux en París y Londres.
En 1911, a causa de un polémico artículo, con el que respondía a la agresión sufrida por unas estudiantes extranjeras y españolas a cargo de unos universitarios madrileños, se organizan protestas y algaradas públicas, apoyadas por Acción Católica, pidiendo su ingreso en prisión. Ante el cariz que toman los acontecimientos, decide exiliarse en Portugal -donde pasa cuatro años- hasta el momento que la indulta el conde de Romanones, cuando éste se hace cargo del Gobierno. Los acontecimientos que habían de acompañar este destierro no hacen sino empeorar su situación económica y la obligarán a vivir con gran modestia en su casita del Cervigón (Gijón), hasta el día de su muerte, que ocurre el 5 de Mayo de 1923.
Entre tanto, en Gijón, se había convertido en una figura respetada y controvertida. Para unos, heroína clarividente; para otros, una mujer poco digna de la consideración que se le profesaba.
En Gijón, quizá la ciudad que mejor supo guardar su nombre, durante unos pocos años de la Segunda República, una carretera que conducía a su antigua casa se llamó "Avenida de Rosario de Acuña". Después, durante el largo periodo de la Dictadura, una lápida en el Cementerio Civil, una casita emblemática en los parajes que hoy llevan su nombre y unas manos anónimas que nunca faltaron cada primero de Mayo para dejarle flores en su tumba, mantienen hasta hoy encendida la memoria de la escritora.

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